Se despertó pensando en aquel
sueño y con una felicidad casi real. Las últimas semanas había tenido sueños
extraños, no por lo inverosímil, sino por esa sensación de saber que se
encontraba viviendo un sueño, pero esté fue distinto y eso que percibiera la
mañana de otra manera.
Al abrir los
ojos se encontró en aquella habitación blanca y luminiscente. Su cuerpo desnudo
descansaba sobre la cama. Entre la albura de sólo podía distinguir un viejo
perchero de madera del que colgaban unas alas artificiales y maltrechas con
cintas deshilachadas, las mismas alas de otras noches. Bajó de la cama y miro
como sus pies se encaminaban uno a uno sobre el ajedrezado del piso. Miró a su
alrededor y pudo distinguir la puerta. Sintió un temor inexplicable por aquello
que podría hallar al otro lado. Decidida traspuso el umbral para encontrarse con una continuación
infinita del enlosado, en la lejanía pudo distinguir la cama en la que recién
había despertado.
Despertó de
nuevo en aquella cama. Miró el espacio abierto, nuevamente luminoso y
blanquísimo, pero ahora él estaba a su lado cubierto apenas con las sábanas. Lo
miró vestirse lenta y metódicamente,
como si se tratara del oficiante de algún antiguo ritual. Mirándolo impasible desde
un punto fuera de su cuerpo, que permanecía en la cama, ella lo vio marcharse.
A medida que se alejaba fueron apareciendo los muros de su casa y mientras el
sol se entraba por la ventana, como cualquier tarde, ella escribía algo
incomprensible en una hoja de papel. Entonces él entro en una actitud familiar,
como de quien regresa a casa.
Estaban en una
pequeña cocina hecha de adobes y tejas. Se besaban cuando él, con un abrazó rodeo sus muslos y la levantó del
suelo. Sus piernas, las de él sonaron a cristales rotos y ella pendía en el
aire mirándolo desde arriba. –Bájame. Le dijo con una voz lejana, y ya estaban
en la cama. Él apenas rozaba con los labios sus pezones. En un lentísimo
movimiento ella deslizo la mano sobre el pecho y sintió el vacío, era como
sumergirse en un estanque de tristeza.
Entonces despertó. Aún tenía la sensación de los labios subes que habían
recorrido su cuerpo. Encendió la lámpara, apagó el despertador.
Ana
María Vázquez
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