viernes, 21 de febrero de 2020

El dulce peligro de idealizar el pasado



Escuchar las historias, las buenas historias colmadas de momentos maravillosos, de instantes únicos, de actos heroicos o sobrenaturales ha sido una constante en mi familia, en mis relaciones interpersonales, en mi actividad profesional, ya sea como docente, escritora o terapeuta. Relatos que dejan con la boca abierta, sin aliento o con el aire contenido por la emoción. Provengo de una familia de grandes narradores. La sobremesa en casa de mi madre suele ser fascinante, así como lo fue en casa de los abuelos.

Cuando escuchamos estas vivencias, sean contadas por alguien más o por nosotros mismos, parece que la felicidad se quedó en la otra esquina o en algún lugar del pasado al que no tendremos acceso nunca más. Ese sabor agridulce de se convierte, entonces, en una trampa y terminamos atrapados en los recuerdos. Nostálgicos empedernidos, nos refugiamos en el pasado, sobre todo cuando las cosas no van bien, si el presente es doloroso, frustrante o somos incapaces de confrontarlo.
Viajemos un poco al pasado para preguntarnos si de verdad aquello fue tan maravilloso. No, no fue tan feliz, ni tan perfecto. Hubo carencias, dificultades, preocupación, impotencia, miedo. Idealizar lo vivido hace que sea gratificante y ahí está el engaño. Mitificando el pasado, nos convertimos en héroes. Vivíamos en el paraíso y ahora lo hemos perdido, por ello solemos experimentar una sensación de carencia contante, algo falta en el presente. Sin embargo, el presente será pasado y seguiremos añorando y sublimando sin vivir plenamente el ahora.
Sin bien es cierto que es mucho más lo que olvidamos que lo que solemos recordar, puesto que el cerebro posee un mecanismo para impedir que la memoria se cargue de información intrascendente, recordamos lo verdaderamente importante, lo que es capaz de emocionarnos. La emoción que acompaña  estas vivencias activa las regiones implicadas en la formación de los recuerdos, como el hipocampo y la corteza cerebral y la liberación de hormonas como la adrenalina, el cortisol, oxitocina y endorfinas ayudan a reforzar estados emocionales. Entonces cada vez que recordamos reforzamos estas emociones, si quitamos aquello que nos produjo dolor o malestar queda una buena dosis de “felicidad”, a la que accedemos al rememorar estas historias.

¿Y qué pasa con el presente? Lo que vivimos en el presente bajo la sombra constante un pasado idealizado pierde relevancia, incapaces de asumir las experiencias de la vida presente, sin importar si las calificamos de negativas o positivas, se vuelve un paisaje gris, que solo se llenará de colores vividos y de emociones cuando se vuelvan una gran historia que contar.
“Todo tiempo pasado fue mejor”, pero el presente es real y es lo único que tenemos. ¿Te atreves a soltar el pasado?





martes, 13 de junio de 2017

Hablando de arquetipos...


La mujer Sarasvati es un mujer contraria a lo convencional, una mujer que tiene sus propias reglas, una mujer que, en muchas ocasiones, considera el matrimonio una prisión ( a no ser que su compañero tenga energía Saraswati también) en virtud de su inmenso mundo interior, su pasión, su creatividad y su interés intelectual. Muy significativa al respecto es la leyenda que cuenta que Brahma empezó a sentirse muy distanciado porque Saraswti se negaba a cumplir con sus funciones de esposa tradicional, no le dedicaba tiempo y estaba siempre sumergida en la riqueza de sus dones, su creatividad, su espiritualidad, siempre estudiando, creando y meditando.

martes, 6 de junio de 2017

Dormí y soñé


Te cuento que miraba el cielo cuando me llamó mi padre desde su palacio blanco –Ya es hora. –dijo. Y me quité la ropa, me quité la piel y convertida en niebla subí la escalinata de piedra. Quise dormir entre sus manos y sólo puede acurrucarme junto a sus versos. Dormí y soñé que tecleaba un poema en la vieja Olivetti roja, mientras la tarea escolar esperaba su turno; que iba en una procesión de sombras, que cantaban plegarias; que bebía agua de plata de un estanque de piedra; que llegaba a una ciudad desconocido donde el viento decía mi nombre; que tenía una hija color Vishnú, que se iba a vagar por el mundo y que de pronto te encontraba…  –Ya  es hora. –dijo.  Y abrí los ojos, mire las montañas que rodean el valle. Tomé el cuchillo de obsidiana que me heredaron los abuelos y sólo brotaron palabras.

martes, 23 de mayo de 2017

La primera frase

Lo complicado es la primera frase, tratar de detener los recuerdos que se deslizan al subsuelo; lo imposible es dormir sobre la hojarasca, contar los minutos, hacer los prepara
tivos para el viaje.
De pronto se abrieron los muros y dejaron salir sus cuervos, sus presagios. Petrificada mire el dintel de la puerta. Ahora ella está aquí, surgió de pronto y no pude detenerla. Camina por las calles de la antigua Alejandría recitando versos de Kavafis, busca la tarde en que volaron sus poemas en el rojo del cielo. Rompe mis promesas y me llena los ojos de sal. Todo es mentira  ̶ dice, al tiempo que se traga mi sonrisa. Todo es mentira  ̶ repite, y desgaja tu recuerdo.
Está aquí, arrastra su viejo pelaje, no le quedan sino una acera agrietada para hundir sus pasos. Mientras, la miro desde mi escondite tomar el mando. La magia no alcanzó para evitarlo.


domingo, 27 de octubre de 2013




Se despertó pensando en aquel sueño y con una felicidad casi real. Las últimas semanas había tenido sueños extraños, no por lo inverosímil, sino por esa sensación de saber que se encontraba viviendo un sueño, pero esté fue distinto y eso que percibiera la mañana de otra manera.
Al abrir los ojos se encontró en aquella habitación blanca y luminiscente. Su cuerpo desnudo descansaba sobre la cama. Entre la albura de sólo podía distinguir un viejo perchero de madera del que colgaban unas alas artificiales y maltrechas con cintas deshilachadas, las mismas alas de otras noches. Bajó de la cama y miro como sus pies se encaminaban uno a uno sobre el ajedrezado del piso. Miró a su alrededor y pudo distinguir la puerta. Sintió un temor inexplicable por aquello que podría hallar al otro lado. Decidida traspuso el umbral  para encontrarse con una continuación infinita del enlosado, en la lejanía pudo distinguir la cama en la que recién había despertado.
Despertó de nuevo en aquella cama. Miró el espacio abierto, nuevamente luminoso y blanquísimo, pero ahora él estaba a su lado cubierto apenas con las sábanas. Lo miró  vestirse lenta y metódicamente, como si se tratara del oficiante de algún antiguo ritual. Mirándolo impasible desde un punto fuera de su cuerpo, que permanecía en la cama, ella lo vio marcharse. A medida que se alejaba fueron apareciendo los muros de su casa y mientras el sol se entraba por la ventana, como cualquier tarde, ella escribía algo incomprensible en una hoja de papel. Entonces él entro en una actitud familiar, como de quien regresa a casa.
Estaban en una pequeña cocina hecha de adobes y tejas. Se besaban cuando él, con un  abrazó rodeo sus muslos y la levantó del suelo. Sus piernas, las de él sonaron a cristales rotos y ella pendía en el aire mirándolo desde arriba. –Bájame. Le dijo con una voz lejana, y ya estaban en la cama. Él apenas rozaba con los labios sus pezones. En un lentísimo movimiento ella deslizo la mano sobre el pecho y sintió el vacío, era como sumergirse en un estanque de tristeza.  Entonces despertó. Aún tenía la sensación de los labios subes que habían recorrido su cuerpo. Encendió la lámpara, apagó el despertador.

Ana María Vázquez

viernes, 18 de enero de 2013

"Si abrí la ventana fue para ver la luna creciente en  los ojos de los veintiún gatos que  habitan mi casa. Sí caminé descalza por el pasillo fue para sentir el calor de tus huellas. Si salí a la noche fue para buscar sobre las calles y las aceras todos los adioses pospuestos. Pero de pronto me encontré mirando  a los astros  desde aquella noche fría en que dormí a tu lado en medio del monte a la espera de una lluvia de estrellas ¿recuerdas? Te cuento que miraba el cielo cuando me llamó mi padre desde su palacio blanco –Ya es hora. –dijo. Y me quité la ropa y me quité la piel y subí la escalinata de piedra convertida en niebla. Quise dormir entre sus manos y sólo puede acurrucarme junto a sus versos. Dormí y soñé que tecleaba un poema en la Olivetti roja mientras la tarea escolar esperaba su turno, que iba en una procesión de sombras que cantaban plegarias, que bebía agua de plata de un estanque de piedra, que llegaba a una ciudad desconocido donde viento decía mi nombre, que tenía una hija color Visnú  y que de pronto te encontraba…  –Ya  es hora. –dijo.  Y abrí los ojos y mire las montañas que rodean el valle. Tomé el cuchillo de obsidiana que dio mi padre y sólo brotaron palabras".
Ana María Vázquez Salgado

martes, 30 de octubre de 2012

Poemas sueltos...

I

Fuiste inevitable
estampida de voces
derrumbando mis murallas.

II

Como un caracol que ha perdido su coraza
me abandoné al deseo
con las alas ajadas
irreflexiva
océanica
dando giros en el aire
para después posarme en tu piel.

III

Fue como encontrarme con un viejo amante
echar las campanas al vuelo
y fragmentar tiempo
                            cielos
                                     lluvia
rodar en la miel ámbar de tus manos
en el concilio de besos que cubrió mi desnudez.

IV

Luego
como pájaros que emigran conjugamos lejanía


V

Estás al amparo que dan todas las distancias
y yo aquí
              añorante
                           solitaria
bajo el peso de todas tus ausencias.


VI

Esta noche
rompo tu recuerdo
lo lanzo por la ventana
que vuele
que la calle se llene de palabras
que se pierda
que no proyecte más su sombra.

                                                 Ana María Vázquez Salgado

viernes, 25 de mayo de 2012

Los zapatos rojos


Hans Christian Andersen
(1º de secundaria)

Hubo una vez una niñita que era muy pequeña y delicada, pero que a pesar de todo tenía que andar siempre descalza, al menos en verano, por su extraña pobreza. Para el invierno sólo tenía un par de zuecos que le dejaban los tobillos terriblemente lastimados.
En el centro de la aldea vivía una anciana zapatera que hizo un par de zapatitos con unos retazos de tela roja. Los zapatos resultaron un tanto desmañados, pero hechos con la mejor intención para Karen, que así se llamaba la niña.
La mujer le regaló el par de zapatos, que Karen estrenó el día en que enterraron a su madre. Ciertamente los zapatos no eran de luto, pero ella no tenía otros, de modo que Karen marchó detrás del pobre ataúd de pino así, con los zapatos rojos, y sin medias.
Precisamente acertó a pasar por el camino del cortejo un grande y viejo coche, en cuyo interior iba sentada una anciana señora. Al ver a la niñita, la señora sintió mucha pena por ella, y dijo al sacerdote:
-Deme usted a esa niña para que me la lleve y la cuide con todo cariño.
Karen pensó que todo era por los zapatos rojos, pero a la señora le parecieron horribles, y los hizo quemar. La niña fue vestida pulcramente, y tuvo que aprender a leer y coser. La gente decía que era linda, pero el espejo añadía más: "Tú eres más que linda. ¡Eres encantadora!"
Por ese tiempo la Reina estaba haciendo un viaje por el país, llevando consigo a su hijita la Princesa. La gente, y Karen entre ella, se congregó ante el palacio donde ambas se alojaban, para tratar de verlas. La princesita salió a un balcón, sin séquito que la acompañara ni corona de oro, pero ataviada enteramente de blanco y con un par de hermosos zapatos de marroquí rojo. Un par de zapatos que eran realmente la cosa más distinta de aquellos que la pobre zapatera había confeccionado para Karen. Nada en el mundo podía compararse con aquellos zapatitos rojos.
Llegó el tiempo en que Karen tuvo edad para recibir el sacramento de la confirmación. Le hicieron un vestido nuevo y necesitaba un nuevo par de zapatos. El zapatero de lujo que había en la ciudad fue encargado de tomarle la medida de sus piececitos. El establecimiento estaba lleno de cajas de vidrio que contenían los más preciosos y relucientes zapatos, pero la anciana señora no tenía muy bien la vista, de modo que no halló nada de interés en ellos. Entre las demás mercaderías había también un par de zapatos rojos como los que usaba la Princesa. ¡Qué bonitos eran! El zapatero les dijo que habían sido hechos para la hija de un conde, pero que le resultaban ajustados.
-¡Cómo brillan! -comentó la señora-. Supongo que serán de charol.
-Sí que brillan y mucho -aprobó Karen, que estaba probándoselos. Le venían a la medida, y los compraron, pero la anciana no tenía la mejor idea de que eran rojos, o de lo contrario nunca habría permitido a Karen usarlos el día de su confirmación.
Todo el mundo le miraba los pies a la niña, y en el momento de entrar en la iglesia aún le parecía a ella que hasta los viejos cuadros que adornaban la sacristía, retratos de los párrocos muertos y desaparecidos, con largos ropajes negros, tenían los ojos fijos en los rojos zapatos de Karen. Ésta no pensaba en otra cosa cuando el sacerdote extendió las manos sobre ella, ni cuando le habló del santo bautismo, la alianza con Dios, y dijo que desde ahora Karen sería ya una cristiana enteramente responsable. Respondieron las solemnes notas del órgano, los niños cantaron con sus voces más dulces, y también cantó el viejo preceptor, pero Karen sólo pensaba en sus zapatos rojos.
Al llegar la tarde ya la señora había oído decir en todas partes que los zapatos eran rojos, lo cual le pareció inconveniente y poco decoroso para la ocasión. Resolvió que en adelante cada vez que Karen fuera a la iglesia llevaría zapatos negros, aunque fueran viejos. Pero el domingo siguiente, fecha en que debía recibir su primera comunión, la niña contempló sus zapatos rojos y luego los negros... Miró otra vez los rojos, y por último se los puso.
Era un hermoso día de sol. Karen y la anciana señora tenían que pasar a través de un campo de trigo, por ser un sendero bastante polvoriento. Junto a la puerta de la iglesia había un soldado viejo con una muleta; tenía una extraña y larga barba de singular entonación rojiza, y se inclinó casi hasta el suelo al preguntar a la dama si le permitía sacudir el polvo de sus zapatos. La niña extendió también su piececito.
-¡Vaya! ¡Qué hermosos zapatos de baile! -exclamó el soldado-. Procura que no se te suelten cuando dances. -Y al decir esto tocó las suelas de los zapatos con la mano.
La anciana dio al soldado una moneda de cobre y entró en la iglesia acompañada por Karen. Toda la gente, y también las imágenes, miraban los zapatos rojos de la niña. Cuando Karen se arrodilló ante el altar en el momento más solemne, sólo pensaba en sus zapatos rojos, que parecían estar flotando ante su vista. Olvidó unirse al himno de acción de gracias, olvidó el rezo del Padrenuestro.
Finalmente la concurrencia salió del templo y la anciana se dirigió a su coche. Karen levantó el pie para subir también al carruaje, y en ese momento el soldado, que estaba de pie tras ella, dijo:
-¡Lindos zapatos de baile!
Sin poder impedirlo, Karen dio unos saltos de danza, y una vez empezado el movimiento siguió bailando involuntariamente, llevada por sus pies. Era como si los zapatos tuvieran algún poder por sí solos. Siguió bailando alrededor de la iglesia, sin lograr contenerse. El cochero tuvo que correr tras ella, sujetarla y llevarla al coche, pero los pies continuaban danzando, tanto que golpearon horriblemente a la pobre señora. Por último, Karen se quitó los zapatos, lo cual permitió un poco de alivio a sus miembros.
Al llegar a la casa, la señora guardó los zapatos en un armario, pero no sin que Karen pudiera privarse de ir a contemplarlos.
Por aquellos días la anciana cayó enferma de gravedad. Era necesario atenderla y cuidarla mucho, y no había nadie más próxima que Karen para hacerlo. Pero en la ciudad se daba un gran baile, y la muchacha estaba también invitada. Miró a su protectora, y se dijo que después de todo la pobre no podría vivir. Miró luego sus zapatos rojos y resolvió que no habría ningún mal en asistir a la fiesta. Se calzó, pues, los zapatos, se fue al baile y empezó a danzar. Pero cuando quiso bailar hacia el fondo de la sala, los zapatos la llevaron hacia la puerta, y luego escaleras abajo, y por las calles, y más allá de los muros de la ciudad. Siguió bailando y alejándose cada vez más sin poder contenerse, hasta llegar al bosque. Al alzar la cabeza distinguió algo que se destacaba en la oscuridad, entre los árboles, y le pareció que era la luna; pero no; era un rostro, el del viejo soldado de la barba roja. El soldado meneó la cabeza en señal de aprobación y dijo:
-¡Qué lindos zapatos de baile!
Aquello infundió a la niña un miedo terrible; quiso quitarse los zapatos y tirarlos lejos, pero era imposible: los tenía como adheridos a los pies. Cuanto más danzaba más tenía que bailar, por campos y praderas, bajo la lluvia y bajo el sol, de día y de noche, pero por la noche aquello era terrible.
Entró bailando por las puertas del cementerio, pero los muertos no la acompañaron en su danza: tenían otra cosa mejor que hacer. Trató de sentarse sobre la tumba de un mendigo, sobre la cual crecía el amargo ajenjo, pero no había descanso posible para ella. Y cuando se acercó, bailando, al portal de la iglesia, vio a un ángel de pie junto a la puerta, con larga túnica blanca y alas que llegaban de los hombros al suelo. El rostro del ángel mostrábase grave y sombrío, y su mano sostenía una espada.
-Tendrás que bailar -le dijo-. Tendrás que bailar con tus zapatos rojos hasta que estés pálida y fría, y la piel se te arrugue, y te conviertas en un esqueleto. Bailarás de puerta en puerta, y allí donde encuentres niños orgullosos y vanidosos llamarás para que te vean y tiemblen. Sí, tendrás que bailar...
-¡Piedad! -gritó Karen, pero no alcanzó a oír la respuesta del ángel, porque los zapatos la habían llevado ya hacia los campos, por los caminos y senderos. Y sin cesar seguía bailando.
Cierta mañana pasó danzando ante una puerta que ella conocía muy bien. Del interior procedía un rumor de plegarias, y salió un cortejo portador de un ataúd cubierto de flores. Y Karen supo así que la anciana señora había muerto, y se sintió desamparada por todo el mundo, maldita hasta por los santos ángeles de Dios.
Siguió, siguió danzando. Tenía que bailar, aun en las noches más oscuras. Los zapatos la llevaban por sobre zarzas y rastrojos hasta dejarle los pies desgarrados, sangrantes. Más allá de los matorrales llegó a una casita solitaria, donde ella sabía que vivía el verdugo. Golpeó con los dedos en el cristal de la ventana y llamó:

-¡Ven! ¡Ven! ¡Yo no puedo entrar, estoy bailando!
-¿Acaso no sabes quién soy yo? -respondió el verdugo-. Yo soy el que le corta la cabeza a la gente mala. ¡Y mira! ¡Mi hacha está temblando!
-¡No me cortes la cabeza -rogó Karen-, pues entonces nunca podría arrepentirme de mis pecados!
Pero, por favor, ¡córtame los pies, con los zapatos rojos!
Le explicó todo lo ocurrido, y el verdugo le cortó los pies con los zapatos, pero éstos siguieron bailando con los piececitos dentro, y se alejaron hasta perderse en las profundidades del bosque.
Luego el verdugo le hizo un par de pies de madera y dos muletas, y le enseñó un himno que solían entonar los criminales arrepentidos. Ella le besó la mano que había manejado el hacha, y se alejó por entre los matorrales.
"Ya he padecido bastante con estos zapatos -se dijo-. Ahora iré a la iglesia, par que todos puedan verme".
Y se dirigió tan rápidamente como pudo a la puerta del templo. Al llegar allí vio a los zapatos que bailaban ante ella, y aquello le dio tanto terror que se volvió a su casa.
Toda la semana estuvo muy triste, derramando lágrimas amargas, pero al llegar el domingo se dijo:
"Ahora sí que ya he sufrido bastante. Me parece que estoy a la par de muchos que entran en la iglesia con la cabeza alta".
Salió a la calle sin vacilar más, pero apenas había pasado de la puerta volvió a ver los zapatos rojos bailando ante ella. Se sintió más aterrorizada que nunca, y volvió la espalda, pero esta vez con verdadero arrepentimiento en el corazón.
Se dirigió entonces a la casa del párroco y suplicó que la tomaran a su servicio, prometiendo trabajar cuánto pudiera, sin reclamar otra cosa que un techo y el privilegio de vivir entre gente bondadosa. La esposa del sacristán tenía buenos sentimientos, se compadeció y habló por ella al párroco. Karen demostró ser muy industriosa e inteligente, y se hizo querer por todos, pero cuando oía a las niñas hablar de lujos y vestidos, y pretender ser lindas como reinas, meneaba la cabeza.
El domingo siguiente fueron todos al templo, y preguntaron a Karen si quería ir con ellas. Pero Karen miró sus muletas tristemente y con lágrimas en los ojos. Y se fueron sin ella a la iglesia, mientras la niña se quedó sentada sola en su pequeña habitación, donde no cabía más que una cama y una silla. Estaba leyendo en su libro de oraciones, con humildad de corazón, cuando oyó las notas del órgano que el viento traía desde la iglesia. Levantó su rostro cubierto de lágrimas y dijo: "¡Oh, Dios, ayúdame!"
En ese momento el sol brilló alrededor de ella, y el ángel de túnica blanca que ella viera aquella noche a la puerta del templo se presentó de pie ante sus ojos. Ya no tenía en la mano la espada, sino una hermosa rama verde cuajada de rosas. Con esa rama tocó el techo, y éste se levantó hasta gran altura, y en cualquier otra parte que tocaba la rama aparecía una estrella de oro. Al tocar el ángel las paredes, el ámbito de la habitación se ensanchó, y en su interior resonaron las notas del órgano, y Karen vio las imágenes en sus hornacinas. Toda la congregación estaba en sus bancos, cantando en voz alta, y la misma Karen se encontró a sí misma en uno de los asientos, al lado de otras personas de la parroquia. Cuando acabó el himno, todos volvieron la vista hacia ella y dijeron: "¡Qué alegría verte de nuevo entre nosotros después de tanto tiempo, pequeña Karen!"
-Todo ha sido por la misericordia de Dios -respondió ella. El órgano resonó de nuevo y las voces de los niños le hicieron eco dulcemente en el coro. La cálida luz del sol penetró a raudales por las ventanas y fue a iluminar plenamente el sitio donde estaba sentada Karen. Y el corazón de la niña se colmó tanto de sol, de luz y de alegría, que acabó por romperse. Su alma voló en la luz hacia el cielo, y ninguno de los presentes hizo siquiera una pregunta acerca de los zapatos rojos.

25 de mayo de 2012

viernes, 4 de mayo de 2012

La Antártida: tierra de hielo (1º secundaria)


INSTRUCCIONES: IMPRIME Y  LEE CUIDADOSAMENTE EL SIGUIENTE TEXTO Y CONTESTA LO QUE SE INDICA. DEBERÁS ENTREGARLO CONTESTADO PARA EL DÍA LUNES 7 DE MAYO DE 2012.


INTRODUCCIÓN A LA ANTÁRTIDA
¿Qué es la Antártida?
La Antártida es un continente situado en el extremo sur de nuestro planeta. (Si lo buscas en un globo terráqueo, lo verás en la parte inferior.)
Ocupa una décima parte de la superficie de la Tierra y está cubierto por una capa de hielo que puede superar los 1.500 metros de espesor. El Polo Sur se encuentra justo en medio de la Antártida.
Es el continente más frío, así como el más seco, el más elevado y el más ventoso. Muy pocas personas residen en la Antártida todo el año. Los científicos la habitan durante breves periodos de tiempo y se alojan en estaciones construidas especialmente para la investigación científica.
El verano en la Antártida transcurre entre octubre y marzo. En estos meses, los días tienen luz durante las 24 horas. En invierno, de abril a septiembre, sucede lo contrario y el continente se sumerge en seis meses de oscuridad constante.
Mapa de la Antártida
EL CLIMA EN LA ANTÁRTIDA
En la Antártida hace más frío del que puedas imaginar, incluso en verano. El Polo Sur es la zona más fría de toda la Antártida. La temperatura media de enero, en pleno verano, es de 28 grados centígrados bajo cero (se escribe –28ºC). “Bajo cero” significa más frío que el punto de congelación, que es 0 ºC.
En invierno, de abril a septiembre, la temperatura media en el Polo Sur puede alcanzar los –89 ºC. En estas condiciones, si se arrojase al aire una taza de agua hirviendo, el líquido se congelaría antes de caer al hielo. A veces, los científicos tienen que utilizar neveras para resguardar del frío las muestras que recogen.
LOS PINGÜINOS EN LA ANTÁRTIDA
Los pingüinos son las aves que más abundan en la Antártida.
No pueden volar, pero emplean sus cortas alas como aletas para nadar: son excelentes nadadores. En tierra firme, caminan erguidos, balanceándose, o bien avanzan a pequeños saltos.
Los pingüinos tienen gran cantidad de plumas que se superponen entre sí. Éstas, junto con las plumas interiores —más suave s— y una  g r ue s a   c apa  de  g r a s a ,   los protegen del frío, el viento y el agua. Para obtener más calor, los pingüinos tienden a reunirse en grupos.
CARTA DESDE LA ANTÁRTIDA
Sara Wheeler es una investigadora que trabaja en la Antártida. Lee la carta que le envía a su sobrino Daniel y aprenderás sobre su experiencia en el continente helado.
La Antártida
Viernes, 9 de diciembre
Querido Daniel:
Como te prometí, te escribo desde la Antártida y te envío una fotografía. Imagina lo emocionante que es para mí haber llegado por fin a este lugar, siguiendo los pasos de tantos exploradores famosos. Es muy diferente al mundo que conocemos.
En estas tierras no hay alimentos frescos –ni tampoco supermercados–, así que tenemos que alimentarnos a base de comida desecada, enlatada o congelada (no hace falta meterla en el congelador, sólo hay que dejarla en el exterior). Cocinamos en hornillos de gas, que son mucho más lentos que las cocinas normales. Ayer hice espaguetis con salsa de tomate y verduras en lata; de postre, tomamos fresas desecadas que sabían a cartón.
Echo de menos las manzanas y las naranjas frescas. ¡Ojalá pudieras enviarme unas cuantas!
Con cariño,
Sara
La carta de Sara Wheeler es una adaptación de un extracto del libro Letters from Antarctica, publicado en 1997 y cuya autora es Sara Wheeler. Texto reproducido con autorización de Hodder and Stoughton
LA ANTÁRTIDA: TIERRA DE HIELO
Preguntas
  1. ¿En que lugar de un globo terráqueo puedes encontrar la Antártida?
(1)___________________________________________________________
La Antártida es el lugar más frío de la Tierra. También es:
A. el más seco y más nublado
B. el más húmedo y más ventoso
C. el más ventoso y más seco
D. el más nublado y más elevado
¿Cuál es la zona más fría de toda la Antártida?
1 ___________________________________________________________
Piensa en lo que el artículo dice sobre la Antártida. Da dos razones por las que la mayoría de la gente que visita este continente decide no ir entre los meses de abril y septiembre.
1.-______________________________________________________________________________________________________________________
2.- ______________________________________________________________________________________________________________________
¿Por qué dice el artículo que “si se arrojase al aire una taza de agua hirviendo, el líquido se congelaría antes de caer al hielo”?
A. para explicar lo caliente que está el agua en la Antártida
B. para mostrar lo que la gente bebe en la Antártida
C. para explicar el trabajo de los científicos en la Antártida
D. para demostrar el frío que hace en la Antártida
Según el artículo, ¿para qué utilizan los pingüinos sus alas?
A. para volar
B. para nadar
C. para resguardar del frío a sus polluelos
D. para caminar erguidos
¿Cómo consiguen los pingüinos de la Antártida protegerse del frío? Escribe tres ejemplos.
(1)___________________________________________________________
(1)___________________________________________________________
(1)___________________________________________________________
¿Qué comentarios hace Sara en su carta sobre la comida en la Antártida? Menciona los dos
(1)______________________________________________________________________________________________________________________
(1)___________________________________________________________
Piensa si te gustaría visitar la Antártida. Utiliza lo que has leído en Introducción a la Antártida y Carta desde la Antártida para explicar por qué te gustaría o no te gustaría visitar este continente.
(2)______________________________________________________________________________________________________________________
______________________________________________________________________________________________________________________
¿Cuál de las siguientes secciones del artículo menciona el espesor del hielo de la Antártida?
A. ¿Qué es la Antártida?
B. El clima en la Antártida
C. Los pingüinos en la Antártida
D. D Carta desde la Antártida
En este artículo hay dos maneras diferentes de obtener información sobre la Antártida, a través de las secciones:
• Introducción a la Antártida
• Carta desde la Antártida
¿Cuál de estas dos formas de ofrecer información te gusta más?
¿Por qué?
(1)______________________________________________________________________________________________________________________
PIRLS: evaluación internacional
de la comprensión lectora
en educación primaria

sábado, 7 de abril de 2012

Poemas de Ana María Vázquez Salgado

I
Esta noche
sola
en silencio
me voy juntando entre mis ruinas
argamasa piel cubre mis huesos
y nada entiendo de mañanas

II
Quiero dejar mi voz acodada en la ventana
saltar al vacío
y en silente vuelo surcar la oscuridad

III
En este mar de sombras
qué lámparas quedan encendidas

IV
El día me pone su mordaza de luz
camino pensando en nada
escucho el tañer del reloj
cruzo la calle
                  me descubro.

domingo, 1 de abril de 2012

La luz es como el agua de Gabriel García Márquez.

(Actividad para vacaciones 1º secundaria CBA. INSTRUCCIONES AL FINAL DE TEXTO)


En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos.
-De acuerdo -dijo el papá, lo compraremos cuando volvamos a Cartagena.

Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que sus padres creían.

-No -dijeron a coro-. Nos hace falta ahora y aquí.

-Para empezar -dijo la madre-, aquí no hay más aguas navegables que la que sale de la ducha.

Tanto ella como el esposo tenían razón. En la casa de Cartagena de Indias había un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes. En cambio aquí en Madrid vivían apretados en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella pudieron negarse, porque les habían prometido un bote de remos con su sextante y su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían ganado. Así que el papá compró todo sin decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación.

-El bote está en el garaje -reveló el papá en el almuerzo-. El problema es que no hay cómo subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en el garaje no hay más espacio disponible.

Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus condiscípulos para subir el bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta el cuarto de servicio.

-Felicitaciones -les dijo el papá ¿ahora qué?

-Ahora nada -dijeron los niños-. Lo único que queríamos era tener el bote en el cuarto, y ya está.

La noche del miércoles, como todos los miércoles, los padres se fueron al cine. Los niños, dueños y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala. Un chorro de luz dorada y fresca como el agua empezó a salir de la bombilla rota, y lo dejaron correr hasta que el nivel llego a cuatro palmos. Entonces cortaron la corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por entre las islas de la casa.

Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces.

-La luz es como el agua -le contesté: uno abre el grifo, y sale.

De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, aprendiendo el manejo del sextante y la brújula, hasta que los padres regresaban del cine y los encontraban dormidos como ángeles de tierra firme. Meses después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina. Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido.

-Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada -dijo el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo.

-¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? -dijo Joel.

-No -dijo la madre, asustada-. Ya no más.

El padre le reprochó su intransigencia.

-Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber -dijo ella-, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro.

Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que habían sido los últimos en los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos gardenias de oro y el reconocimiento público del rector. Esa misma tarde, sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equipos de buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían El último tango en París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad.

En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo para la escuela, y les dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los compañeros de curso.

El papá, a solas con su mujer, estaba radiante.

-Es una prueba de madurez -dijo.

-Dios te oiga -dijo la madre.

El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel , la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salía por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama.

Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso, y encontraron la casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra, que los niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio de la película de media noche prohibida para niños.

Al final del corredor, flotando En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos.
-De acuerdo -dijo el papá, lo compraremos cuando volvamos a Cartagena.

Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que sus padres creían.

-No -dijeron a coro-. Nos hace falta ahora y aquí.

-Para empezar -dijo la madre-, aquí no hay más aguas navegables que la que sale de la ducha.

Tanto ella como el esposo tenían razón. En la casa de Cartagena de Indias había un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes. En cambio aquí en Madrid vivían apretados en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella pudieron negarse, porque les habían prometido un bote de remos con su sextante y su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían ganado. Así que el papá compró todo sin decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación.

-El bote está en el garaje -reveló el papá en el almuerzo-. El problema es que no hay cómo subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en el garaje no hay más espacio disponible.

Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus condiscípulos para subir el bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta el cuarto de servicio.

-Felicitaciones -les dijo el papá ¿ahora qué?

-Ahora nada -dijeron los niños-. Lo único que queríamos era tener el bote en el cuarto, y ya está.

La noche del miércoles, como todos los miércoles, los padres se fueron al cine. Los niños, dueños y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala. Un chorro de luz dorada y fresca como el agua empezó a salir de la bombilla rota, y lo dejaron correr hasta que el nivel llego a cuatro palmos. Entonces cortaron la corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por entre las islas de la casa.

Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces.

-La luz es como el agua -le contesté: uno abre el grifo, y sale.

De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, aprendiendo el manejo del sextante y la brújula, hasta que los padres regresaban del cine y los encontraban dormidos como ángeles de tierra firme. Meses después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina. Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido.

-Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada -dijo el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo.

-¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? -dijo Joel.

-No -dijo la madre, asustada-. Ya no más.

El padre le reprochó su intransigencia.

-Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber -dijo ella-, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro.

Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que habían sido los últimos en los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos gardenias de oro y el reconocimiento público del rector. Esa misma tarde, sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equipos de buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían El último tango en París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad.

En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo para la escuela, y les dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los compañeros de curso.

El papá, a solas con su mujer, estaba radiante.

-Es una prueba de madurez -dijo.

-Dios te oiga -dijo la madre.

El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel , la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salía por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama.

Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso, y encontraron la casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra, que los niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio de la película de media noche prohibida para niños.

Al final del corredor, flotando entre dos aguas, Totó estaba sentado en la popa del bote, aferrado a los remos y con la máscara puesta, buscando el faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los tanques, y Joel flotaba en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante, y flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eternizados en el instante de hacer pipí en la maceta de geranios, de cantar el himno de la escuela con la letra cambiada por versos de burla contra el rector, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues habían abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado, y todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz.entre dos aguas, Totó estaba sentado en la popa del bote, aferrado a los remos y con la máscara puesta, buscando el faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los tanques, y Joel flotaba en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante, y flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eternizados en el instante de hacer pipí en la maceta de geranios, de cantar el himno de la escuela con la letra cambiada por versos de burla contra el rector, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues habían abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado, y todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz.

INSTRUCCIONES: después de leer el cuento deberás hacer un comic, utiliza los puntos más importantes de la historia y haz tus ilustraciones. Recuerda que debes utilizar hojas tamaño carta dobladas a la mitad para realizar un pequeño libro de historietas. No olvides la portada, el título y el autor de este cuento, así como tu nombre, escuela, grado y grupo.
¡FELICES VACACIONES!

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