Escuchar
las historias, las buenas historias colmadas de momentos maravillosos, de instantes
únicos, de actos heroicos o sobrenaturales ha sido una constante en mi familia,
en mis relaciones interpersonales, en mi actividad profesional, ya sea como docente,
escritora o terapeuta. Relatos que dejan con la boca abierta, sin aliento o con
el aire contenido por la emoción. Provengo de una familia de grandes narradores.
La sobremesa en casa de mi madre suele ser fascinante, así como lo fue en casa
de los abuelos.
Cuando
escuchamos estas vivencias, sean contadas por alguien más o por nosotros
mismos, parece que la felicidad se quedó en la otra esquina o en algún lugar
del pasado al que no tendremos acceso nunca más. Ese sabor agridulce de se
convierte, entonces, en una trampa y terminamos atrapados en los recuerdos. Nostálgicos
empedernidos, nos refugiamos en el pasado, sobre todo cuando las cosas no van
bien, si el presente es doloroso, frustrante o somos incapaces de confrontarlo.
Viajemos
un poco al pasado para preguntarnos si de verdad aquello fue tan maravilloso.
No, no fue tan feliz, ni tan perfecto. Hubo carencias, dificultades,
preocupación, impotencia, miedo. Idealizar lo vivido hace que sea gratificante
y ahí está el engaño. Mitificando el pasado, nos convertimos en héroes.
Vivíamos en el paraíso y ahora lo hemos perdido, por ello solemos experimentar
una sensación de carencia contante, algo falta en el presente. Sin embargo, el
presente será pasado y seguiremos añorando y sublimando sin vivir plenamente el
ahora.
Sin
bien es cierto que es mucho más lo que olvidamos que lo que solemos recordar, puesto
que el cerebro posee un mecanismo para impedir que la memoria se cargue de
información intrascendente, recordamos lo verdaderamente importante, lo que es
capaz de emocionarnos. La emoción que acompaña
estas vivencias activa las regiones implicadas en la formación de los
recuerdos, como el hipocampo y la corteza cerebral y la liberación de hormonas
como la adrenalina, el cortisol, oxitocina y endorfinas ayudan a reforzar
estados emocionales. Entonces cada vez que recordamos reforzamos estas emociones,
si quitamos aquello que nos produjo dolor o malestar queda una buena dosis de “felicidad”,
a la que accedemos al rememorar estas historias.
¿Y
qué pasa con el presente? Lo que vivimos en el presente bajo la sombra
constante un pasado idealizado pierde relevancia, incapaces de asumir las
experiencias de la vida presente, sin importar si las calificamos de negativas
o positivas, se vuelve un paisaje gris, que solo se llenará de colores vividos
y de emociones cuando se vuelvan una gran historia que contar.
“Todo
tiempo pasado fue mejor”, pero el presente es real y es lo único que tenemos.
¿Te atreves a soltar el pasado?